Elogio del tránsito intestinal
En cierta ocasión se me ocurrió relacionar la buena cocina con una buena defecación, y se armó un revuelo que aún se recuerda. Pero en esta vida los excrementos y todo lo que se relaciona con ellos tienen su importancia
En cierta ocasión se me ocurrió relacionar la buena cocina con una buena defecación, y se armó un revuelo que aún se recuerda. Pero en esta vida los excrementos y todo lo que se relaciona con ellos tienen su importancia. Así, por ejemplo, los expertos en cambio climático andan preocupados por la cantidad de metano que contienen los pedos y eructos de las vacas, ya que contribuyen de forma apreciable al calentamiento global. Tampoco es desdeñable la cantidad de metano de los pedos y eructos humanos, debidos en primer lugar al estrés y, en segundo lugar, a ciertos alimentos, como las habichuelas, el brócoli y un largo etcétera.
Pese al interés de la ciencia y a los elogios de literatos de la talla de Jonathan Swift, hablar de pedos o soltarlos en público está mal visto y censurado en todos los manuales de urbanidad y convivencia. Tampoco está bien visto relacionar los dos extremos del aparato digestivo, aunque sea una perogrullada que lo que entra por la boca sale por el culo, o, por decirlo en el lenguaje más florido de Swift:
Ya sabéis que toda comida,
la que come el campesino en vida
o la que el epicúreo ha de inventar,
hasta el más elaborado manjar,
en el vientre siempre da fermento
que después saldrá como excremento.
Ya lo dice la sabiduría popular: «Según come el mulo, así caga el culo». Y por eso, del placer gastronómico a veces podemos pasar al sufrimiento digestivo o defecatorio. No me parece un asunto trivial para un congreso gastronómico, y menos cuando hoy en día en algunos restaurantes nos sirven platos cuyos ingredientes se pasean por nuestros intestinos ayudando a aligerarlos al mismo ritmo que nos aligeran la cartera, pero, eso sí, provocándonos una emotiva sensación de saciedad estomacal y emocional. Tampoco me parece fuera de lugar el tema si tenemos en cuenta que la sociedad ha asimilado -¿o debería decir «digerido»?- las celebérrimas latas de «mierda de artista» de Piero Manzoni, los alardes escatológicos y palanganeros de nuestro ex senador y premio Nobel Camilo José Cela o los escritos clásicos del gran Quevedo sobre las ventosidades:
Si un día algún pedo toca tu puerta,
no se la cierres, déjala abierta,
deja que sople, deja que gire,
a ver si hay alguien que lo respire.
Quisiera concluir este artículo trufado de citas con un proverbio toscano que me parece sencillamente irrefutable «Mangia bene e caca forte, e non aver paura della morte». Comer y defecar están relacionados, sí, y son igualmente necesarios. Tanto como el debate.