No hay tiempo

Vivimos rodeados de relojes, hasta el punto de haber interiorizado la sirena de fábrica que marcaba los ritmos laborales y vitales de los obreros de antaño. Ante esta realidad, hay que parar y reflexionar, porque sin reflexión nos convertimos en esclavos del tiempo, y no en sus amos.

Hervir unas patatas con judías verdes y pasar por la sartén un poco de lomo. Acompañarlo de una ensalada de lechuga y cebolla tierna. Una mandarina de postre y un café para rematarlo. Preparación: menos de veinte minutos. ¿No hay tiempo para un almuerzo así? Hervir unos macarrones, siete u ocho minutos; mientras tanto, picar unas hojas de albahaca y saltear una butifarra esparracada (‘deshecha’); añadirle los macarrones ya hervidos y escurridos, darle cuatro vueltas de sartén, salpimentarlo al gusto, sazonar con la albahaca en el último momento y servir. Total: un cuarto de hora, menos de lo que se tarda en salir de casa, entrar en el bar de la esquina y pedir un bocata para salir del paso.

Hace años, algunas voces que se las daban de proféticas vaticinaban el fin del trabajo alienante y el advenimiento de la sociedad del ocio, que priorizaría el tiempo libre y su correcta administración. Es una cruel ironía que, en lugar de ir del paro al ocio, la sociedad española vaya en dirección contraria. Lo cierto es que el tiempo sigue siendo oro o, como dicen los anglosajones, dinero. Por eso nuestros electrodomésticos parecen hechos para ganar tiempo: calentar una olla en una placa eléctrica de inducción es más rápido que con llama viva; las lavadoras hacen la colada en x minutos; los microondas calientan un volumen y en z segundos; los congeladores producen docenas de cubitos de hielo cada medio minuto. Sí, las máquinas nos ahorran tiempo, la cocina de hoy parece que se tenga que hacer en un abrir y cerrar de ojos. Miles de recetarios de cocina hacen referencia al tiempo: cocinar en tantos minutos, recetas para personas sin tiempo, muchas veces a mayor gloria de la industria alimentaria.

Es increíble nuestra obsesión por el tiempo. ¿Cuantos relojes tenemos? En la muñeca, en el móvil, en el ordenador, en la pared de la cocina o del salón, sobre la mesilla de noche, en la oficina, en los anuncios luminosos de la calle, en la pantalla del televisor… Vemos relojes por doquier. Carlos Fresneda, autor del libro La vida simple, analiza los excesos de la sociedad de consumo a la vez que muestra su preocupación por determinados estilos de vida y explica que el tirano de la época moderna es el reloj. Con menos palabras, ya lo había dicho antes Julio Cortázar en su inquietante «Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj«. Hace unos años, las fábricas del pueblo marcaban a toque de sirena el ritmo de la jornada laboral. Hoy aún queda una que mantiene la tradición al mediodía para anunciar la hora del almuerzo; quizá sea la única de toda la comarca. Desde siempre he creído que vivir a toque de sirena es una imposición atroz, pero lo malo es que hoy hemos interiorizado la dichosa sirena.

Como decía, hemos equiparado la velocidad con el progreso. Rapidez y acción son los nuevos paradigmas, frente a la lentitud y la contemplación. Ya no se contempla un paisaje: se fotografía y se cuelga de Internet; no se escucha música: se descarga adrenalina bailando o dejándose llevar por un ritmo machacón. El arte religioso parece proscrito: lo material se ha impuesto a lo espiritual. Yo, por mi parte, aún disfruto pasando cierto tiempo en silencio, en alguna iglesia románica de muros desnudos, sentado en un banco. Y cada año, en el monasterio de Poblet, me aguardan unos días de meditación. Porque sin reflexión no existe el control del tiempo, y sin éste no es posible disfrutar de la vida.

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