Jugar a cocinitas
La cocina, con la debida vigilancia paterna o materna, es un buen sitio para que los pequeños practiquen algunas manualidades; siempre será mejor eso que los dibujos animados que a menudo les endilgamos para que no den la lata
Esas cocinitas de madera en miniatura, tan bien hechas, con las cortinas a cuadros y todos los utensilios de aluminio, hoy han quedado desfasadas. Las cocinas que los niños usan ahora para jugar son más bien de plástico, como todos esos juguetes que parecen hechos en una misma fábrica, con los mismos moldes. De todos modos, quizás aún se puedan conseguir cocinitas como las de antes: el día de Reyes, para los niños, un fuerte del Séptimo de Caballería, y para las niñas, una cocinita. Esta división sexista definía el futuro ocupacional: las mujeres, en la cocina. Pero ya en mi generación éramos muchos los niños que preferíamos «hacer el almuerzo» o «preparar la merienda». A mí me divertía mucho hacer masitas de barro mientras jugaba a hacer paella, pero lo que más me fascinaba eran las miniaturas, los cacharritos bien ordenados y la cantidad colosal de cositas con las que jugar y pasar momentos más que divertidos, felices.
Ésas son las cocinas en las que pueden jugar los niños. En las otras, recuerdo el consejo que me dio en una ocasión Puco de ca l’Olivers: «Si tus hijos quieren entrar en la cocina, colleja y que se vayan con sus juegos a otra parte«. Alegaba Puco que estaba harto de curar quemaduras y cortes fruto de accidentes domésticos. A la mayoría de niños les apasiona la cocina como estancia, lugar donde acostumbran a ver a mamá (y hoy en día, también a papá), y muchos se pirran por manejar las cazuelas o la batidora. Y el brillo del fuego y de los cuchillos los fascina. Si a eso le añadimos la obsesión infantil por hacerlo «yo solit@», se masca la tragedia.
Pero la cocina, dijera lo que dijese Puco, con la debida vigilancia paterna o materna, es un buen sitio para que los pequeños practiquen algunas manualidades; siempre será mejor eso que las andanzas de los Gormiti o de Bob Esponja (también cocinero, por cierto) que a menudo les endilgamos para que no den la lata mientras freímos los calamares o las croquetas. Ante todo, pues, cuando cocinemos con los niños, nada de grasas ni agua hirviendo, situémonos lejos de los fogones o del horno encendidos, mucho cuidado con los cuchillos, y empecemos: ¿qué tal un postre como una mousse? ¿Y si rellenamos unas berenjenas o unas empanadillas? ¿Ensartamos unas brochetas? ¿Preparamos unos panellets?
El recetario es amplio, variado y sabroso. Nos exige paciencia y mucha vigilancia. Pero eso no es nada que no pueda conseguirse con un poco de amor por la cocina y mucho por nuestros hijos e hijas. ¿Volvemos a jugar a cocinitas?