Carta a los padres

Educamos el paladar de nuestros hijos, evitando que, al crecer, queden atrapados en dietas excesivamente ricas en grasas y azúcares. Los buenos hábitos alimentarios son fundamentales para la salud, y se aprenden en casa tanto o más que en la escuela

Me dirijo a vosotros con confianza, pese a no conoceros personalmente, esperando que disculpéis mi atrevimiento al utilizar este blog que me regala la oportunidad de entrar en vuestros hogares, para ofreceros unos consejos y unas opinones que no deseo que toméis como dogma.

Este cocinero que os habla desea compartir con vosotros sus experiencias, animaros a poneros el mandil, a encender los fogones y compartir el espacio culinario para transmitir salud y placer. Me esfuerzo por entender lo que cocinamos, cómo lo cocinamos y cómo nos lo comemos, porque sobre esos tres elementos descansan nuestra alimentación y nuestra cultura culinaria, claves de un futuro mejor para nuestros hijos.

Desde luego, no soy uno de esos nostálgicos que se lamentan de que, en materia de alimentación, cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero tampoco creo que debamos despreocuparnos alegremente de lo que comemos, porque, parafraseando a Hipócrates, los alimentos son nuestro mejor medicamento. Así, cada año, en el mes de agosto, celebramos la Semana Mundial de la Lactancia Materna para promover esta práctica recomendada por la OMS para alimentar a todos los bebés hasta los seis meses. Y muchas madres que dan el pecho a sus bebés saben que los nutrientes de su leche están directamente relacionados con los alimentos que ellas ingieren. Por eso, los lactantes suelen rechazar el pecho cuando la madre ha comido algún plato rico en pimienta, mostaza, ajo, coliflor, cebolla cruda o espárragos. Aun así, las madres harán bien insistiendo para que sus bebés acepten esos sabores que les resultan insólitos: es el principio de una educación que debe regirse por una simple norma: hay que comer de todo, variado, con moderación y regularidad.

En definitiva, desde la mismísima lactancia educamos el paladar de nuestros hijos, les ayudamos a ampliar sus horizontes alimentarios, evitando que, al crecer, queden atrapados en las redes de la comida basura o de dietas excesivamente ricas en grasas y azúcares. Los buenos hábitos alimentarios son fundamentales para la salud, y se aprenden en casa tanto o más que en la escuela. Por eso me dirijo a vosotros, padres y madres: soy una persona obesa y, creedme, no es nada agradable ni fácil, y desde luego he hecho lo posible para que mis hijos no sigan mi (mal) ejemplo. Así como todo padre se preocupa por la salud de sus hijos, también debe preocuparse por uno de los pilares fundamentales de su salud: la alimentación. La alimentación presente de vuestros hijos determinará en buena medida su salud futura. No desatendáis vuestra responsabilidad.

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