Pulardas sexis

El márquetin culinario es una fábrica de ego-chefs, que, gracias a la publicidad, las relaciones públicas y un poquito de promoción, convierten un huerto con cuatro lechugas en marchamo de eco-chef

Los equipos de márquetin culinario se calientan sin necesidad de estar enchufados a la red eléctrica o del gas. Lo suyo es mantener viva la llama de los fogones a base de autobombo. El márquetin culinario es una fábrica de ego-chefs, que, gracias a la publicidad, las relaciones públicas y un poquito de promoción, convierten un huerto con cuatro lechugas en marchamo de eco-chef. Cocineros que hace dos días anunciaban queso fundido hoy se apresuran a predicar el advenimiento de lo orgánico como nuevo paradigma culinario.

Con tantas algas prodigiosas, semillas amazónicas, medusas japonesas, salchichones de jabalí y butifarras de ciervo ahumado (con humo de madera ecológica, eso sí), surgen y se difunden nuevos calificativos, como el de glocal-chef, que yo creía que se me había ocurrido a mí solito cuando, con inmensa desilusión, comprobé que ya se lo habían aplicado a Alain Ducasse en una entrevista publicada por el periódico mexicano El Universal. El entrevistador, Giorgio De’Angeli, afirmaba que «el éxito internacional de Ducasse ha logrado que la comida francesa sea nuevamente sexi y esté de moda». Me gustó lo de «sexi»: ya me imagino a una pularda de Bresse enseñando un jugoso muslo o exhibiendo su sabrosa pechuga, bañándose en una salsa a la crema como si estuviera en una bañera de hidromasaje. Desde luego, de casta le viene al galgo, y los franceses llevan la cocina en los genes. Por eso debe ser que les gustan tan poco los transgénicos: teniendo tantas perlas que cultivar, tanta historia culinaria y tanto huerto con alcachofas de verdad, cualquiera se mete a sembrar soja o maíz genéticamente modificados para alimentar a las pulardas de Bresse o a los bueyes de Chalosse. Lo sexi está estrechamente relacionado con el glamur (palabra de origen francés, claro), y no por casualidad nos resulta más atractiva (o sea, sexy) la leche en botella de vidrio que en tetrabrik.

Es una suerte, de todos modos, que en mi gremio vuelvan a ponerles buena cara a los huertos y miren enternecidos esos rabanitos que arrancarán, limpiarán, menearán y aliñarán en el plato, símbolo de una autenticidad que algunos antes desdeñaban como algo primario, propio de los incultos, nostálgicos y tradicionalistas, cuando no (¡horror!) reaccionarios. Las paellas sin arroz, las sopas sólidas, los azúcares salados parece que han pasado a engrosar el repertorio de las batallitas que contaremos a nuestros nietos. Hoy, gracias a los eco-chefs, ¡faltaría más!, las patatas vuelven a ser patatas, el caldo de gallina se hace con gallina y, como la cocina francesa, todas las demás cocinas se vuelven sexies. Aunque, si con tanta autenticidad recuperada corremos el riesgo de ganar unos kilillos, propongo una nueva disciplina, la gimnasia eroticoculinaria, oficiada por erotic-chefs, con masajes incluidos entre la comida y la siesta. Y es que, cuando se trata de vender, la imaginación no tiene límite

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