Música y cocina

Es preciso recuperar y revitalizar la memoria, cultural, musical, culinaria. No podemos apelar únicamente al goce de los sentidos, sino que debemos dirigirnos al intelecto, o, de lo contrario, nuestro cerebro se convertirá en un órgano perezoso

En una entrevista al músico Jordi Savall, a la pregunta de si se veía a sí mismo como un Indiana Jones de la música, Savall respondía que él se sentía más bien como un explorador de mundos olvidados y perdidos. Aunque se trataba de una entrevista editada con preguntas y respuestas cortas, con lo que a veces se corre el riesgo de caer en la superficialidad, algunas de las observaciones de Savall eran sustanciosas. Así, manifestaba que su objetivo era revitalizar el pasado para crear un futuro más justo y humano, y añadía que «la música es el arte de la memoria por excelencia». Desde luego, escuchando a Savall, sentimos que la música antigua cobra nueva vida y nos ilumina sobre nuestra dimensión espiritual.

También un cocinero, mediante su tacto, la forma de emplear los cuchillos o el dominio de las cocciones, puede trascender la técnica y dar un ritmo casi musical a sus platos. A veces pienso asimismo de qué modo la cocina profesional podría recuperar la espiritualidad perdida, sacrificada a la opulencia. Los alimentos han perdido su carácter sacro: el pan, el vino, el agua, el aceite y la sal ya no poseen el valor simbólico que les otorgaba la religión. Al convertirse los alimentos en materia inerte, simples objetos, su falta no se vive muchas veces con la misma intensidad: ante el hambre del mundo, se extiende una epidemia de sordera social.

A esa misma sordera, aunque en un momento histórico distinto, hizo referencia Savall en su discurso de aceptación del doctorado honoris causa por la Universidad de Barcelona, evocando al «público selecto» que «se encontraba en Múnich escuchando música de Beethoven, Schubert y Brahms» y «no reaccionó ante los terribles gritos y lamentos de las innumerables columnas de deportados que pasaban por delante del edificio en dirección a los campos de exterminio». El «público selecto» no puede ignorar hoy los gritos y la desesperación de los hambrientos: debe fomentar la búsqueda de modelos de consumo sostenible, promover valores como la solidaridad como base de las relaciones humanas. Tenemos que mirar al retrovisor para evitar accidentes, y por eso mismo es preciso mirar hacia atrás para no repetir los errores del pasado. Es preciso recuperar y revitalizar la memoria, cultural, musical, culinaria. No podemos apelar únicamente al goce de los sentidos, sino que debemos dirigirnos al intelecto, o, de lo contrario, nuestro cerebro se convertirá en un órgano perezoso.

En suma, se trata de trascender lo material y efímero para alcanzar lo espiritual, pasar de sensaciones a sentimientos, de impresiones a ideas. Y para ello deberíamos también resacralizar de algún modo los alimentos, devolverles el respeto perdido. Porque, sin espiritualidad ni respeto, el arte, incluida la cocina, se convierte en poco más que la célebre lata de Piero Manzoni, llena de mierda, aunque eso sí, de artista.

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