¿Qué culpa tiene el beicon?
En Estados Unidos, el beicon es el derivado del cerdo más consumido por los devoradores de fast food, ésos que, según las estadísticas que compilan los científicos, son candidatos a morir antes que los flacos. Del fast food se quejaba precisamente una adicta al mismo, la «princesa del pop» Britney Spears, con lágrimas de cocodrilo, cuando el problema de la obesidad, si de algo no precisa, es de frivolidades
En Estados Unidos, el beicon es el derivado del cerdo más consumido por los devoradores de fast food, ésos que, según las estadísticas que compilan los científicos, son candidatos a morir antes que los flacos.
Una de dichas devoradoras es Britney Spears, quien declaró este verano -afectada por las críticas que había recibido por haber engordado en poco tiempo seis kilos– que la vida es muy dura para quienes no piensan en las calorías de la comida. Al parecer, su padre, Jamie, vela porque Britney siga un estricto régimen y haga mucho ejercicio para combatir su afición a la comida basura. Personalmente, me parece absurdo que se critique a la diva de la horterada e ídolo adolescente por pesar más o menos kilos: estar gordo no es ningún pecado ni puede ser un insulto -y sé lo que digo, porque a veces para descalificar mis opiniones hay quien no ha encontrado argumento mejor que apelar a mi gordura-: estar gordo, como estar flaco, no tiene nada que ver ni con la creatividad ni con el talento. Pero bueno, parece que la joven Britney piensa invertir parte de las ganancias de su último disco y de su gira en un centro especializado en adicciones alimentarias.
No sé si una inversión de estas características será muy rentable, habida cuenta de que en las sociedades desarrolladas la población adicta al fast food es la de menor poder adquisitivo, como demuestra el hecho de que los beneficios de las grandes empresas del sector hayan aumentado con la actual recesión. Y me pregunto también si no sería más productivo no prestar atención ni cobertura mediática a los llantos de una diva susceptible y sus presuntos críticos, a quienes yo mandaría a freír espárragos, si no fuera porque las frituras, claro, engordan. Desde luego, el problema de la obesidad no precisa frivolidades, sino actuaciones decididas, como la del Gobierno británico, que ya hace años prohibió las máquinas dispensadoras de patatas fritas, caramelos y bebidas azucaradas en los colegios y eliminó la comida basura de los menús escolares. En España, mientras tanto, la Estrategia NAOS (para la nutrición, actividad física y prevención de la obesidad), promovida en 2005 por la entonces ministra de Sanidad Elena Salgado, se limitó a establecer vagos convenios con las empresas de distribución automática, mientras que las administraciones autonómicas se comprometían a estudiar los menús escolares. Cuatro años después, ¿dónde estamos?
Por otra parte, que alguien que ha engordado seis kilos se ponga a llorar y se someta a curas de desintoxicación me parece una barbaridad, reveladora de un bajo nivel de autoestima y de autonomía y de una total desinformación sobre lo que constituye una alimentación saludable, denominador común de muchos trastornos de la conducta alimentaria, como anorexia o bulimia. Lloremos, pues, por el drama de tantas familias que se ven afectadas por dichos trastornos, o por las consecuencias de la actual epidemia de obesidad infantil. Pero llorar por haber ganado seis kilos a base de cheeseburgers con beicon… ¿Qué culpa tiene el beicon?