El desayuno de los chicos listos

A la hora del desayuno, mientras espero el AVE en la estación de Atocha, veo que en la cafetería de la estación ofrecen lo que llaman el “desayuno de los chicos listos”, lo cual me incita a preguntarme qué relación existe entre el desayuno y la inteligencia. Por 3,50€, tienes un desayuno de chico listo: un café, una pieza de bollería y un zumo de naranja. Pero entonces, los tontos, ¿qué desayunan?

A la hora del desayuno, mientras espero el AVE en la estación de Atocha, veo que en la cafetería de la estación ofrecen lo que llaman el “desayuno de los chicos listos”, lo cual me incita a preguntarme qué relación existe entre el desayuno y la inteligencia. Por 3,50€, tienes un desayuno de chico listo: un café, una pieza de bollería y un zumo de naranja. Pero entonces, los tontos, ¿qué desayunan?

Los expertos nutricionistas nos aconsejan desayunar glúcidos lentos: frutas, copos de avena y pan integral de miga compacta; en cambio, es mejor rechazar o reducir el consumo de glúcidos rápidos, como la bollería (industrial o no), galletas y biscotes y la mayoría de cereales, incluso los que se anuncian como “de régimen”. Además de glúcidos lentos, conviene ingerir leche (lípidos y proteínas) y queso (lípidos y proteínas). Y si no tenemos el apetito suficiente para ingerir esta clase de desayuno, tenemos que llevarnos al trabajo o debemos hacer que nuestros hijos lleven a la escuela, al menos un alimento tan sano y cotidiano como un panecillo integral con queso. Con este desayuno comenzaremos el día con la energía necesaria.

El cartel promocional de la cafetería nos anuncia el desayuno como “el primer ahorro del día”, gran contradicción cuando lo que necesita nuestro cuerpo es cargar energía para gastarla durante la mañana. No sólo de euros vive el hombre. En la cafetería venden también bocadillos de jamón con un plazo de caducidad ¡de tres horas! Pero claro, hay que reconocer que el aspecto de un bocata de jamón ya preparado en la vitrina de un bar la mayoría de veces es tan poco apetitoso como una lechuga holandesa ahogada en plástico y olvidada fuera de la nevera un día de verano cualquiera.

En la dichosa cafetería, la publicidad de las denominaciones de origen de Andalucia es como mínimo un canto a la libertad: elijo lo que como. Y es que os andaluces siempre han sido así de alegres. Es un mensaje optimista. Más realista sería este otro: en este mundo, todo se paga, como demuestra que en la cafetería de los chicos listos el servicio en la mesa tiene un incremento de un diez por ciento, aunque es justo reconocer que, cuando le pregunté a la camarera si servían en la mesa, me sugirió que fuera yo a pedir mi desayuno en la barra. ¡Empezamos bien el día!

Escribió el gastrónomo catalán Llorenç Torrado unas reflexiones poco antes de abandonarnos en agosto del pasado año: “Las cocinas, a corto o medio plazo, tenderán a desaparecer, reducirán su espacio y sus funciones, sobre todo las caseras, pero también las públicas, que se convertirán en lugares de ensamblaje y retoque de comida semipreparada”. Lo que no predijo el experto es el cambio de ciclo económico y las consecuencias de una crisis gracias a la cual —¡no hay mal que por bien no venga!— muchos aprenderán a cocinar, otros volverán a los fogones y la inmensa mayoría elegirá lo que quiere comer, como proponen las autoridades andaluzas, pero con información, ni a cualquier hora ni a cualquier precio.

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