Enero

En casa, cuando vivía mi padre y podía ir al campo, al empezar el nuevo año se renovaba el calendario de los payeses, que durante doce meses convivía con la familia, colgado de un cordel al lado de la radio. Hace medio siglo, sin televisión y escuchando la voz de Dolores Abril o Manolo Caracol como aperitivo antes de la sopa, contemplábamos aquel calendario cuyas hojas, a medida que iban pasando días, se tornaban de un color más amarillento y de una textura crujiente.


 
 
En casa, cuando vivía mi padre y podía ir al campo, al empezar el nuevo año se renovaba el calendario de los payeses, que durante doce meses convivía con la familia, colgado de un cordel al lado de la radio. Hace medio siglo, sin televisión y escuchando la voz de Dolores Abril o Manolo Caracol como aperitivo antes de la sopa, contemplábamos aquel calendario cuyas hojas, a medida que iban pasando días, se tornaban de un color más amarillento y de una textura crujiente.

Este año 2009 se cumplen ciento cuarenta años desde la primera publicación de dicho calendario, que hoy cuesta dos euros con veinte céntimos y aún contiene su habitual repertorio de láminas, poesías y consejos entre los que me recomienda no perder la paciencia y esforzarme en capear los temporales. Y luego, por supuesto, nos informa de cuándo conviene plantar las coles, los nabos o los ajos, así como del santoral, las fechas de fiestas mayores, los mercados de todos los días de la semana —incluidos los festivos— y de todos los consejos sobre prácticas agrícolas, amén de un arsenal de datos sobre la biodiversidad agrícola e información precisa extraída de las páginas del admirado folklorista Joan Amades.

En enero los agricultores están sufriendo unas condiciones atmosféricas muy adversas para las labores del campo: si las heladas no dejan la tierra como una placa de hormigón, hay que empezar a preparar los campos para plantar alfalfa, remolacha y maíz. Es importante labrar bien la tierra para destruir todos los parásitos. Cerca de la costa, en el Maresme, se inician las labores de la siembra de la patata. Es tiempo de plantar cebolla, acelgas y brócoli, de sembrar espinacas, perejil, guisantes y habas tardías. Y en Valencia continúa la cosecha de cítricos.

Me entero por la prensa de una iniciativa encomiable: en España, Andoni Luis Adúriz ha puesto en marcha un proyecto de recuperación de diversos productos, entre ellos varias semillas de gran valor nutritivo; mientras tanto, el calendario del payés me informa de que, en Noruega, se ha creado el mayor banco de semillas del mundo en una isla del archipiélago de Svalbard, en pleno Ártico. Allí, en almacenes situados a 120 m de profundidad bajo el hielo, la baja temperatura y el escaso oxígeno aseguran una reducida actividad metabólica de las semillas. Según el calendario del payés, de momento tienen almacenadas cuarenta y ocho mil muestras de variedades de trigo y siete mil de maíz, procedentes del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo, con sede en México. Ya lo ven: incluso en el crudo invierno del enero Ártico tienen cabida las semillas de la esperanza.

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